Queridos compañeros y compañeras, buenos días a todos y a todas, queremos trasladar nuestro agradecimiento al profesorado y al colegio que nos albergó y nos formó en sus aulas, que nos trasmitió la cultura y los valores que hoy trasmitimos. Un recuerdo a los que no están y a los que se han ido. A nuestras familias que se preocuparon de nuestras compañías y de nuestros estudios.
Abro los ojos y no sé si acabamos de bajar las escaleras del colegio con las notas de selectividad entre las manos o si llegamos en un bólido que iba a 2000 por hora trayéndonos de nuevo al mismo sitio.
Ahora que nuestras mochilas están cargadas de olvidos y de recuerdos, de experiencias, de sonrisas y lágrimas, de triunfos y fracasos, volvemos a encontrarnos. Arrugas, canas y calvas que no van a impedir que en un día como hoy recordemos tantos buenos momentos que nos hicieron madurar, que nos llevaron a convertirnos en personas responsables y trabajadoras, que nos enseñaron el valor de la amistad y del compañerismo, que nos llevaron a construir ilusiones y proyectos. Hoy veinticinco años después de que el colegio de la Viña nos entregase al mundo, nos reencontramos para celebrar que a pesar del tiempo seguimos vivos y estamos orgullosos de haber estado en el mismo centro educativo y habernos sentido verdaderos compañeros de clase.
En aquellos años se quedaron los primeros besos y los primeros abrazos, también las primeras peleas, los desengaños. El concurso de la más guapa, del flato más grande, o del moco más asqueroso.
La llave del armario, el salto del potro, el repertorio de carnavales, las fiestas del patio, las excursiones y tantas otras cosas de las que hoy… eso esperemos, tengamos tiempo para contarnos.
De Voltaire a Rosseau, pasando por Montesquieu, por el índice de natalidad, de mortalidad y de la tabla periódica de los elementos.
Recuerdos del colegio
Las primeras ilusiones, el primer beso, un baile, un cigarrillo
y corazones dibujados entre las páginas de los libros de texto.
Y no sé si Benito se enteró
de lo que era una Utopía,
si se me partió el bordón de mi guitarra
cantando en la misa
o con los pasodobles de Paco Alba.
Si en aquella excursión lo pasamos bien por el calor
o por la forma de quitarnos las ganas.
Y la lengua, el inglés, la literatura,
mezclándose con todo,
con los santos inocentes y las partidas de cartas
a la orilla de la playa.
Eran tiempos de mijitas de papas,
de bailes en el patio, de compartir unas copas,
de las primeras canciones de Mecano,
de entender las letras de Serrat,
y del “Eye in the sky”, de Alan Parson.
Del Hotel California, que el profesor de música
incluía en el temario.
Los pasquines de Monforte a las puertas de las aulas,
los saltos del potro, los goles de las niñas,
las cuentas del rosario…
De históricos mundiales,
de reminiscencias del abecedario,
del himno de la alegría,
y de las lágrimas por los primeros fracasos.
Los partidos, el baile, la costura,
la flauta, los aniversarios….
La biblioteca esperando que viniéramos a copiar,
otro trabajo encargado.
Tiempos de Mister Hermes con el sunshines,
y escapadas tras las cascadas,
de fines de semana con “jardínes sin flores”,
porque así era la Física y Quimica,
y de tanta pelea con el rosa-rosae de las declinaciones.
De integrales y derivadas, de senos, cosenos, tangentes,
y de enterarnos de una vez que la “e”, no era una letra
sino un número algebraico.
Al final todos aprendimos que el condujera o condujese,
era el pluscuamperfecto de subjuntivo,
y quién tuvo la culpa de la revolución francesa.
Y porque hoy no sé, aunque lo diga otra vez,
si acabamos de recoger las notas de selectividad,
o es que llegamos a la esquina
y empezamos a encontrarnos a la vuelta.
De lo que estoy segura,
es de que al menos los versos de Juan Ramón
acamparon en nuestras memorias,
y que nos aprendimos “el yo me iré,
y se quedarán los pájaros cantando”.
Muchas gracias y feliz día
Blanca Flores Cueto.